Procesión ecuestre realizada en honor de Castor y Pólux, en la que se conmemora la victoria del Lago Regilo.
Los hijos de
Júpiter
Aunque de origen complejo, la mayoría de los
autores consideran que Castor y Pólux son hijos de Leda y Júpiter, teniendo en
cuenta que se trata de un mito de origen griego –por lo que en este caso
Júpiter se identifica plenamente con Zeus-.
Leda era una princesa etolia casada con Tindáreo,
uno de los reyes espartanos. Leda fue madre de Helena –sí, la célebre y bella
Helena de Troya-, de Clitemnestra, y de Castor y Pólux. Júpiter, prendado de
ella, la sedujo transformado en cisne, dejándola en cinta, como era propio de
esta divinidad de trucos amatorios tan singulares. La misma noche, Leda
cohabitó con su esposo Tindáreo. De esta doble unión nacieron Helena, Castor y
Pólux –este último también conocido como Polideuces-. Respecto al nacimiento de
estos hermanos, los mitos son diversos. Dos huevos fueron los que dio a luz
Leda. Uno de ellos conteniendo a los dioscuros y otro a Helena. Otro autores
consideran que uno de los huevos contenía a Castor y Helena, siendo hijos de
Júpiter y, por lo tanto, inmortales; Pólux nacería como mortal, siendo hijo de
Tindáreo. Por ello, a los dioscuros –que significa “hijos de Zeus”-, también se
les conoce como tindáridas, “hijos de Tindáreo”; al fin y cabo, este rey
espartano era padrastro de Castor.
En Roma a los dioscuros se les denomina en
ocasiones como Gemini, “los gemelos”. Siendo muerto Pólux, el hermano mortal,
Castor rogó a Júpiter que lo resucitase. La divinidad accedió: ambos
compartirían su inmortalidad, pero catasterizados, esto es, transformados en la
constelación de Geminis. Aunque otro mito explica como Júpiter permite a los
dioscuros permanecer entre los dioses un día de cada dos, y el otro en el
Inframundo.
Los mitos asociados a los dioscuros son numerosos,
siendo parte de la tripulación de los argonautas, de la cacería organizada
contra el Jabalí de Calidón y partícipes de la Guerra de Troya.
Ambos son conocidos por ser excelentes guerreros y
cazadores, destacando Castor en el arte ecuestre y Pólux como pugilista. Son
patronos de los navegantes. Se les ruega en el mar por su protección, lo que
incluye seres marinos de todo tipo, aunque los marineros suelen rogarles
especialmente para gozar de vientos favorables. Nuestros modernos fuegos de San
Telmo son denominados en la antigüedad “Antorchas de Castor y Pólux”. Tanto en Grecia como Roma se les asocia con
las competiciones atléticas y ecuestres.
La Batalla
del Lago Regilo (15 de julio del 496
a . C.)
Siendo joven la república romana, esta luchaba
contra la Liga Latina –Tarquinio el Soberbio, el rey expulsado, reclamaba el
trono perdido por la fuerza-. Roma luchaba por su supervivencia y supremacía en
el Lacio. Una guerra vital de incierta conclusión, siendo la batalla que había
de acontecer en el lago Regilo el punto de inflexión.
Nombrado dictador Aulo Postumio Albo, comandaba la
infantería en la batalla, y Tito Ebucio Helva, siendo magister equitum, la caballería. Oscilaba la victoria entre ambos
ejércitos –fue una batalla que parece se ganó por muy poco-, hasta que cayó del
lado romano. Cuenta el mito que Castor y Pólux aparecieron milagrosamente en
escena: prueba evidente de que Júpiter estaba del lado de Roma.
Dionisio de Halicarnaso nos lo narra en su Historia
antigua de Roma VI (13, 2-3):
“Se dice que
en esta batalla dos jinetes de barba incipiente y muy superiores en belleza y
estatura a lo que presenta la naturaleza humana se aparecieron a Postumio, el
dictador, y a los que con él estaban y, poniéndose al mando de la caballería
romana, hirieron con sus lanzas a los latinos que les salieron al encuentro y
los rechazaron en desorden. Cuando, hacia la tarde, después de la huida de los
latinos y de la toma de su campamento, terminó la batalla, cuentan que fueron
vistos del mismo modo en el Foro de Roma dos jóvenes vestidos con atuendo
militar, altísimos, bellísimos y de la misma edad. Conservaban en sus rostros
las señales del combate, como si vinieran de una batalla, y traían los caballos
empapados de sudor. Cuando ambos lavaron y abrevaron sus caballos en el
manantial que bruta junto al templo de Vesta, formando un estanque pequeño pero
profundo, una muchedumbre los rodeó, queriendo saber si traían alguna noticia
del campamento, y ellos les contaron como se había desarrollado el combate, y
que los romanos habían vencido. Dicen que, una vez que salieron del Foro, nadie
los vio más, pese a que el hombre que había quedado al mando de la ciudad –el
praefectus urbi- llevó a cabo una intensa búsqueda. Cuando, al día siguiente,
los que se encontraban al frente de la ciudad recibieron la carta del dictador
y, junto con todas las demás incidencias de la batalla, se enteraron también de
la aparición de las divinidades, pensaron, como era lógico, que ambas
apariciones eran de los mismo dioses, y se convencieron de que las figuras eran
las de los Dioscuros.”
Tras
la batalla, el dictador Postumio dedicó un templo a los dioscuros y la primera transvectio equitum en su honor, tal y
como vuelve a narrar Dionisio de Halicarnaso en su Historia antigua de Roma VI (13,
4-5)”
“De esta increíble y
asombrosa aparición de las divinidades hay en Roma muchas señales: no solo el
templo de los Dioscuros, que erigió la ciudad en el Foro, allí donde se vieron
sus figuras, y la fuente adyacente que recibe el nombre de estos dioses y que
se ha considerado sagrada hasta nuestros días, sino también fastuosos
sacrificios que el pueblo celebra cada año, durante las fiestas más
importantes, en los llamados Idus del mes que denominan Quintilis –julio-, día
en que ganaron esta batalla. Además de esto, se celebra, después del
sacrificio, la procesión de los que tienen un caballo público, que, ordenados
por tribus y centurias, avanzan cabalgando y en filas, como si vinieran de una
batalla, coronados con ramos de olivo y vestidos con la toga púrpura bordeada
de escarlata que llaman trabea. Inician la procesión en un templo de Marte que
se levanta fuera de la ciudad, recorren esta y, a través del Foro, llegan al
templo de los Dioscuros, a veces hasta cinco mil hombres, llevando todos los
premios al valor que recibieron de los generales en las batallas, espectáculo
hermoso y digno de la grandeza del dominio de Roma. Esto es lo que he sabido
que dicen y hacen los romanos en relación con la aparición de los Dioscuros.”
Augusto y la transvectio equitum
A
medida que la república romana avanzaba en el tiempo fue olvidando el desfile
ecuestre hasta que simplemente dejó de celebrase. Cuando Augusto, el gran
restaurador de la antigua religión romana, obtuvo el poder, reorganizó los
diversos festivales, entre ellos la transvectio
equitum, con la idea de dar nueva vitalidad al orden de los caballeros.
Así
lo narra Suetonio en su Vida de los doce Césares, II 38 (3):
“Pasó revista
con frecuencia a los escuadrones de caballería, restableciendo la costumbre del
desfile, largo tiempo suspendida. Pero no permitió que ningún caballero fuese
sacado de la fila por un acusador durante esta ceremonia, como solía ocurrir, y
dio licencia a los que se destacaban por su avanzada edad o por alguna
incapacidad física para enviar su caballo dentro de la fila y venir a pie a
presentarse cuantas veces fueran citados; luego concedió la gracia de devolver
el caballo a aquellos que, siendo mayores de treinta y cinco años, no quisieran
conservarlo.”
En tiempos imperiales el desfile vuelve a la vida,
gozando de una numerosa participación, pudiendo ver la plebe al orden ecuestre
desfilar con sus mejores galas: vestidos con sus togas púrpuras y coronados de
olivo. Algunos incluso llevan lanzas de plata. Toda una demostración popular de
maestría ecuestre y fortaleza física, puesto que Augusto la combinó con la
llamada recognitio o probatum equitum, en la que los jinetes
deben mostrar en público su valía a caballo con diversos ejercicios. Resulta
curioso que participen en la misma incluso niños de muy corta edad -iuventus-, acompañados de sus padres y
tíos.
Recorrido
La procesión parte del templo de Marte situado en
las afueras de la ciudad, en la Vía Apia –al sudeste de Roma-, en una arboleda
de la que partían las tropas en época republicana. Tras pasar por el templo de Honos et Virtus entra en la ciudad por
la Porta Capena, haciendo parada en el templo de Castor y Pólux, donde rinden
honores y sacrificios, para proseguir hasta el templo de Júpiter Óptimo Máximo
en la colina capitolina.
Templo de
Castor y Pólux -Aedes Castoris–
Situado en la esquina sudeste del área del foro,
cerca de la fuente de Juturna. Lo prometió Postumio tras la victoria del Lago
Regilo, aunque fue inaugurado por su hijo el 27 de enero del 484 a . C. Restaurado en el 117 a . C. por L. Cecilio
Metelo, y años más tarde por el execrable Verres. En tiempos imperiales ha sido
reformado numerosas veces: Tiberio lo reconstruyó tras un incendio,
dedicándoselo a sí mismo y a su hermano Druso; Calígula lo anexionó a su
palacio, convirtiéndolo en su vestíbulo; Claudio lo reformó para acabar con esa
excentricidad; con Domiciano pasa a llamarse templum Castoris et Minervae, al incorporar a esta divinidad al
templo; Trajano y Adriano lo restauraron. Pese a todas estas reformas y
“reconstrucciones”, el podium
original del templo permanece.
Este templo es uno de los preferidos por el senado
para sus reuniones –incluidas reuniones secretas-, siendo uno de los centros
políticos del Imperio. Bajo el podium
-el suelo del templo- se encuentra oculto y protegido parte del tesoro del fiscus del imperio. Tal es su fama de
seguro, que numerosos particulares guardan sus tesoros aquí. No son pocos los argentarii –banqueros, cambistas,
agentes de negocio- que tienen sus oficinas cercanas al templo. También se
guardan aquí las pesas y medidas que se emplean para comprobar las balanzas,
siendo vitales para los mercaderes cercanos de la Via Sacra, la calle principal de esta parte de Roma.
Ubicación del templo de Castor y Pólux |
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