Uno de los festivales romanos más interesantes y
primitivos, anterior incluso a la fundación de Roma –sí, aunque parezca
imposible o paradójico-, siendo en origen un ritual de fertilidad del ganado
asociado a los pastores, aunque después se vinculó a su vez con la fertilidad
de las gentes de la república y el Imperio romanos. Sin olvidar que pretendía
otorgar protección contra los temibles lobos.
En honor al dios
Luperco… ¿o no?
En principio, siendo la idea más aceptada, celebrado
en honor a Luperco, una deidad asociada a la fertilidad del ganado cuya exacta
naturaleza y mitología se escapaba incluso a los romanos, que terminaron
asimilando a Fauno aunque posea algunas características propias de Marte,
deidad de la guerra pero ante todo garante y protector del suelo patrio romano.
Aquí tienes un enlace donde se detalla un poco más
a esta feraz divinidad: Fauno
Sin embargo, los romanos no tenían muy clara a cual
de las divinidades se honraba. No todos pensaban que se tratase de este Fauno o
Luperco. Livio nos habla de una desconocida deidad denominada Inuus; Justino
“inventa” una deidad llamada precisamente Fauno Luperco; Servio asegura que se
trata de Liber; incluso se llega a pensar en Juno, pues los sacerdotes del
culto –los luperci- llevan unos
primitivos taparrabos de cuero que reciben el nombre de “iunonis amiculum”.
Según los griegos se trata de Pan Liceo, que en cierta medida no deja de ser el
Fauno helénico.
Pese a todas estas posibilidades, prevaleciendo la
de Luperco, es más que posible que el nombre de la deidad fuese secreto y
hubiese quedado en el olvido, aunque como pista siempre nos quedará el saber
que está asociado al Palatino, a la fertilidad y por supuesto, al lobo.
Nota del
autor
Personalmente considero que la deidad en realidad
no era otra que un primitivo Marte, pero claro, nadie puede ofrecer pruebas
concluyentes para este misterio de la antigüedad.
Origen del
rito
Extendida era la idea de que fueron instaurados por
Evandro, griego emigrado al Lacio desde Arcadia, sabio cuya naturaleza en
tiempos históricos era mítica –siendo una especie de héroe relacionado con la
escritura y la civilización-.
Pero no son pocos los romanos que aseguran que el
origen de tales ritos son puramente itálicos, antiguos y desvinculados de
Evandro o cualquier influencia foránea, siendo los fundadores Rómulo y Remo con
la misión de proteger a los pastores de los ataques de los lobos de la región.
Incluso el nombre de Lupercalia puede traducirse como “festival del lobo”,
aunque existen otras posibilidades.
Cicerón nos asegura su antigüedad en Pro Caelio, 26:
“…esta
cofradía salvaje y agreste, de hermanos en figuras de lobos la unión silvestre
de los cuales se estableció antes que la civilización y las leyes”.
La gruta del
Lupercal en el Palatino
El festival inicia su celebración en esta mítica
cueva donde los gemelos Rómulo y Remo fueron amamantados por la célebre Loba Capitolina –asociada a Luperco,
algunos dicen que metamorfoseado en dicha loba-. El lugar es bien conocido y
venerado por los romanos, los cuales respetan sobremanera el lugar donde fueron
criados los fundadores de la ciudad.
Cerca de la entrada de la gruta existe un altar y
un bosquecillo sagrado en honor a Luperco, así como una fresca y antigua fuente
alimentada por un pequeño riachuelo, por el cual según la leyenda llegaron
Rómulo y Remo transportados por una humilde cesta, cuyo paso fue detenido por
los raíces de una higuera.
La higuera, ya considerada sagrada, recibe en latín
el nombre de Ficus Ruminalis.
Existen dos antiguas hipótesis en relación a este nombre. O bien procedía del
nombre que daban los etruscos a Roma: Ruma, y de aquí los de Rómulo y Remo. O
como decían los eruditos romanos procede de rumis
o ruma, que puede traducirse
groseramente como “mamas, pechos, tetas”, en relación a las de la Loba Capitolina y su papel como
nodriza de los gemelos.
Los lingüistas modernos sin embargo la derivan de
Rumon, una arcaica denominación que recibía el río Tíber, y quizás el nombre
más antiguo nombre de la ciudad de Roma.
En tiempos de Tarquinio Prisco, y siempre según las
leyendas y mitos romanos, la higuera fue trasplantada milagrosamente por el
augur Attus Navius hasta la zona de los comicios, por lo que solo quedarían
vestigios de la misma frente a la gruta Lupercal.
Sin embargo, según el historiador Livio cuando en
el 296 a .
C. se erigió una estatua de la loba con los dos gemelos amamantándose de ella
–sí, el célebre conjunto escultórico de los gemelos y la Loba Capitolina-, la higuera
aún estaba situada cercana a la gruta. Misterio arqueológico incluso para los
romanos de la antigüedad.
La sociedad
de los lupercos -sodales luperci-
“…vencido
Amulio por Rómulo y Remo, vinieron éstos corriendo con algazara al sitio donde
siendo niños les dio de mamar la loba; que la fiesta es imitación de aquella
carrera, y los nobles van por todas partes hiriendo a los que al paso se
presentan, como entonces corrieron desde Alba Rómulo y Remo con espada en mano;
y que el llevar a la frente el acero ensangrentado es símbolo de la carnicería
y peligro por que entonces se pasó; y el limpiar la mancha de leche, recuerdo
de su crianza.”
Existe una cofradía o colegio de sacerdotes cuya
función exclusiva es participar en las Lupercalia, siendo su sede la gruta del
Lupercal. Se trata de los luperci –más
o menos “los hermanos del lobo”-, jóvenes de buenas familias. Instituidos desde
tiempos realmente antiguos está dividido en dos grupos de quince miembros cada
uno –en honor a Rómulo y Remo-: los fabii
y los quinctilii; cada grupo liderado
por un magister.
Estos nombres de origen noble denotan que al
principio estas familias patricias ostentaban en exclusiva la participación en
esta sodalitas, aunque con el tiempo
esta regla se fue relajando, permitiendo que otras familias nobles pudiesen participar
en ella. Ya en tiempos del Imperio incluso participan gentes que poco tienen
que ver con aquella nobleza de la época republicana. De hecho, algunas familias
de honestiores ven con malos ojos que
sus hijos sean luperci debido al
carácter grosero y brutal de los ritos lupercales.
En origen los luperci
–adolescentes en la flor de la vida- debían superar una serie de pruebas
feraces y cinegéticas en los bosquecillos que rodeaban Roma. Una vez superada
esta iniciación se les consideraba adultos y preparados para llevar a cabo los
ritos en honor a Luperco, o Fauno.
El cargo sacerdotal de luperci es anual, no es permanente en el tiempo, aunque algunos
jóvenes pueden inscribirse en ella durante unos pocos años –existe constancia
de tres años seguidos-. En principio, para los romanos más tradicionales, que
son mayoría, es un honor participar en los ritos lupercales.
Julio César, admirador de la Lupercalia , creó en el 44 a . C. un tercer grupo de luperci: los julii. Siendo el primer magister
de este grupo el famoso Marco Antonio. Además, durante un tiempo asignó a estos
grupos lupercales de ingresos anuales, aunque fueron suprimidos en tiempos del
imperio.
Inicio del
festival: sacrificios
Tal importancia tiene el rito que está presidido
por el Flamen Dialis, aunque no realiza más función que hacer acto de presencia:
tiene prohibido incluso tocar a los animales que va a ser sacrificados. También
asisten las vestales, las cuales ofrecen sacrificios incruentos de mola salsa –gachas elaboradas con harina
salada con numerosas aplicaciones rituales, y por supuesto, culinarias. Lo
habitual era emplear trigo de espelta-.
Los animales llevados para sacrificar son dos
cabras o carneros –en teoría dos-, y un perro. Son víctimas poco habituales en
los sacrificios romanos, pero están especialmente dotados en relación a la
fertilidad.
Los magistri
son los encargados de la inmolación empleando un cuchillo, mientras se entonan
cantos en honor a Fauno. Una vez concluidos los sacrificios, los jóvenes deben
situarse frente al altar, y con el mismo cuchillo empleado se manchan de sangre
las frentes de los magistri.
Tras esta acción los luperci limpian sus frentes con retales de lana empapada en leche
en un claro acto de purificación. Posteriormente todos deben emitir una sonora
carcajada.
Los luperci
desuellan a las cabras sacrificadas, elaborando para cada uno largas tiras de
cuero y taparrabos –única vestimenta que emplearán durante la Lupercalia-. Las
tiras reciben el nombre de februa en
clara alusión a febrero, mes de las purificaciones en el calendario religioso
romano.
Latigazos a
la carrera
Una vez ataviados con los taparrabos –y adornados
con una simple guirnalda de flores en la cabeza-, y esgrimiendo sus februa como primitivos látigos de dos
colas o correas, parten de la gruta Lupercal iniciando una veloz carrera
alrededor de la colina del Palatino, en lo que era un arcaico pomoerium –la demarcación más antigua de
la ciudad-, la cual está marcada con diversas señales y piedras. Cada grupo de luperci sin embargo realiza la carrera
en sentido contrario, encontrándose durante la carrera en numerosas ocasiones.
Deben mostrar estos sodales luperci
una clara actitud lasciva y primitiva, siendo parte del rito mismo.
Los luperci
golpean a los que hallan a su paso con las februa.
Se flagela especialmente a las mujeres –brazos y espaldas sobre todo-, para
favorecer su fertilidad. Así lo relata Ovidio en los Fastos:
“Mujer
casada, ¿qué estás esperando? No vas a ser madre gracias a hierbas
todopoderosas, ni a plegarias, ni a mágicos encantamientos. Soporta con
paciencia los azotes de una mano fecundante y muy pronto tu suegro recibirá el
anhelado apelativo de abuelo.”
Sin embargo, la februa
posee una poderosa naturaleza mágica y según la religión o superstición romana
es capaz incluso de proteger o expulsar casi cualquier tipo de mal de carácter
sobrenatural, incluyendo daemoni u
otros males como maldiciones.
Cabe decir que no son pocos los que se congregan en
el camino de los luperci, siendo un
rito extremadamente popular que perdurará incluso en tiempos del cristianismo.
El banquete
de los luperci
Finaliza el festival público con un banquete en la
gruta del Lupercal en el que participan exclusivamente los luperci, los cuales disfrutan de la carne de las cabras o carneros
sacrificados, todo bien regado con vino, exhaustos y hambrientos tras la
carrera anterior.
Y con esto finaliza la descripción de uno de los
festivales romanos más importantes y perdurables en el tiempo. ¡Que os sea
propicia esta Lupercalia, lusitores!
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