Festival funerario en
honor a los Manes, espíritus de los
muertos, especialmente los familiares difuntos. Este tipo de festividad es
propia de febrero, al que se le asocian todo tipo de purificaciones y
lustraciones rituales. Marca el día final de las Parentalia, ya que la Caristia del 22 de
febrero se considera un festival diferenciado.
Etimología de feralia
Procede, según Varrón, de “inferis et ferendo”,
esto es, llevar alimentos al Inframundo. Al fin y al cabo, el rito principal
del festival es llevar ciertos alimentos a las tumbas y sepulcros de los
parientes. Concretamente sal, vino empapado en vino puro y un poco de leche,
alimentos básicos para la nutrición en el mundo antiguo y pre-industrial.
Instituido por Eneas
Este festival fue
instituido por Eneas al honrar la
tumba de su padre Anquises, ofreciéndole precisamente esos alimentos, y una
corona de violetas.
Aquí tienes una curiosa
narración sobre el origen del festival, y lo que sucede si se celebra
negligentemente.
“Aplacad
las almas de los padres y llevad pequeños regalos a las piras extintas. Los
manes reclaman cosas pequeñas; agradecen el amor de los hijos en lugar de
regalos ricos. La profunda Estigia no tiene dioses codiciosos. Basta con una
teja adornada con coronas colgantes, unas avenas esparcidas, una pequeña
cantidad de sal, y trigo ablandado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas
en un tiesto y déjalas en medio del camino. No es que prohíba cosas más
importantes, sino que las sombras se dejan aplacar con éstas; añade plegarias y
las palabras oportunas en los fuegos que se ponen. Eneas, promotor idóneo de la
piedad, trajo estas costumbres a tus tierras, justo Latino. Llevaba regalos
rituales al Genio de su padre; de él los pueblos aprendieron los ritos
piadosos. Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas
batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó
esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las
piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos
salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa.
Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de
la ciudad y los campos extensos.
Después
de ese suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y
hubo coto para los prodigios y los funerales. Mientras tienen lugar estas
ceremonias, tened paciencia, jóvenes sin marido; que la tea de pino aguarde
días puros y que la horquilla ganchuda no arregle tu pelo de doncella que
parecerá madura a su madre ansiosa. Guarda tus antorchas, Himeneo –divinidad
del matrimonio-, y retíralas de los negros fuegos. Los llorados sepulcros
disponen de otras antorchas. Que los dioses también se oculten tras las puertas
cerradas de los templos, que los altares pasen sin incienso y las fogatas
permanezcan sin fuego. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos
enterrados en los sepulcros; ahora se nutren las sombras del alimento servido.
Pero esto no dura más que los días que quedan del mes que son los pies que
tienen mis versos. A este día lo llamaron Feralia porque trae las exequias. Es
el último día para propiciar a los Manes.”
Dea Tacita –la silenciosa, o muda-
Lo más llamativo y
exótico del festival es una siniestra divinidad que recibe el nombre de Tacita, la silenciosa, elemento central
del rito de esa noche.
Mejor que una
descripción, es que el propio Ovidio
en sus Fasti explique su origen y el rito llevado a cabo durante este festival:
Origen
“Ahora querrás saber por mí
quién es la diosa Muta. Aprende lo que me es conocido por los viejos de antaño.
Júpiter, vencido por el amor desmesurado de Yuturna, aguantó mucho, lo
insufrible para un dios de su categoría. Ella, ora se ocultaba entre los
avellanares de la selva, ora saltaba a las aguas, con ella emparentadas.
Júpiter reunió a las ninfas, cuales quiera que habitaban en el Lacio, y les
espetó las siguientes palabras en
medio del corro: «Vuestra hermana tiene celos de sí misma y evita acostarse con
el dios supremo, cosa que le sería provechosa. Ocuparos de los dos, pues si mi
placer ha de ser grande, grande será el beneficio de vuestra hermana. Cuando
eche a huir, poneos delante de ella al borde de la orilla para que no zambulla
el cuerpo en el agua del río». Esto dijo. Todas las ninfas del Tíber asintieron
y también las que agasajan tu
tálamo, divina Ilia. Casualmente había una náyade, de nombre Larunda, aunque su
nombre antiguo tenía la primera sílaba duplicada por error. Almo le había dicho
muchas veces: «Hija, contén la lengua», pero ella no la contenía. Así que dio
con el lago de su hermana Yuturna, le dijo: «Aléjate de las orillas», y le
refirió las palabras de Júpiter. También visitó a Juno y le dijo,
compadeciéndose de las casadas: «Tu marido está enamorado de la náyade
Yuturna». Júpiter se encolerizó y arrancó a la náyade la lengua de que se había
servido imprudentemente, y llama a Mercurio: «Llévatela donde los Manes; ese es
el lugar apropiado para los silenciosos. Será ninfa, pero ninfa de la laguna soterrada».
Se cumplen las órdenes de Júpiter. El bosque acogió a los que llegaban; se
cuenta que ella entonces resultó del agrado del dios que la conducía. Éste se
aprestaba a la violencia, ella suplicaba con el rostro sustituyendo a las
palabras, esforzándose en vano por hablar con su boca muda. Quedó embarazada y
parió dos gemelos: los Lares, que guardan y vigilan siempre las encrucijadas de
nuestra ciudad.”
Esta bellísima ninfa Larunda, como puede verse, tenía
el grave defecto de la indiscreción. Era incapaz de guardar un secreto, y por
ello fue castigada severamente por Júpiter, que ciertamente tenía poco de
bondad y misericordia. Ocasión que no desaprovechó Mercurio al dejarla
embarazada de los Lares.
Pese a este origen tan negativo, Numa Pompilio
aconsejaba su culto, asegurando que el silencio era tan importante como la
elocuencia.
Rito de Tacita
“He ahí que una vieja
cargada de años se sienta entre las muchachas y cumple con el rito de Tácita
aunque ella misma no se está callada, y coloca en la parte del umbral tres
granos de incienso con tres dedos, en el punto donde un minúsculo ratón se ha
abierto un camino oculto. A continuación ata un trompo encantado a un trozo de
plomo oscuro, y remueve en la boca siete habas negras, y quema al fuego la
cabeza de un pececillo que ha untado de alquitrán y cosido atravesándolo con
una aguja de cobre. También vierte vino; el vino que queda se lo bebe o ella
misma o las acompañantes, aunque ella más. «Hemos amordazado las lenguas de los
enemigos y las bocas hostiles», dice la vieja conforme se va, saliendo
borracha.”
Como
puede verse, una anciana –posiblemente una bruja de aquellos tiempos-, hace el
papel de muda ninfa, con el nombre de Tacita. En realidad, no son pocas las
viejas que esa noche escogen ese papel nocturno, sagrado y fúnebre. Visitan aquellos
lugares donde las familias honran a los Manes, lo que incluye domicilios y necrópolis.
Para los romanos la visita de esta mujer no es asunto baladí, siendo capital
para llevar a cabo los ritos correctamente.
Este
rito juguetea entre la religión, la superstición y la brujería, tan extraño era
a los propios romanos. De hecho, no es raro emplear a esta divinidad en
diversas maldiciones, aunque con el nombre ligeramente variado: mutae tacitae.
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