Diversos son los misterios y enigmas que encierra el Imperio romano, incluso en lugares de frontera. En la pretérita y casi olvidada Mesopotamia un joven ingeniero militar romano se encontrará uno de estos secretos sin respuesta. No olvides nunca que Arcana mundi es solo el umbral a un mundo desconocido, ¿te atreverás a cruzarlo como nuestro joven protagonista? Aquí tienes el relato de sus extrañas experiencias en Amida.
Diario y notas de Lucio de Praeneste durante su viaje y estancia en Amida, provincia de Mesopotamia
Tras cerca de tres meses de viaje la expedición se había desplazado desde las tranquilas y placenteras tierras de la Campania, al sur de Italia, hasta una de los lugares más exóticos y peculiares de la frontera del Imperio, la tierra bañada por el Tigris y el Eufrates, Mesopotamia.
Nos encontrábamos cerca de la ciudad de Amida, famosa por un oscuro y llamativo dicho: “Negras son las murallas y negros son los corazones de los hombres de Amida”. No es un apelativo muy positivo, imaginó que debe ser por sus negras murallas de basalto. La muralla norte se encontraba muy deteriorada. De hecho, por el río podían verse las enormes barcazas, que arrastradas desde la orilla por hombres y bestias, procedían desde el norte trayendo los ciclópeos bloques de negro basalto. El transportar estos bloques es un duro trabajo pues el tiempo aquí es caluroso y seco, y los capataces no dudan en utilizar el látigo e incluso otros métodos más crueles para que los esclavos y los asalariados trabajen con más brío y rapidez.
Me encontraba en este lugar remoto del Imperio para mayor gloria del emperador. Soy un buen ingeniero que ha aprendido de los mejores, como Apolodoro de Damasco, Vitrubio y otros grandes pensadores y constructores. Mi labor era contribuir a la reconstrucción de esta magnífica muralla. La zona está situada entre la frontera romana y el reino de los partos, Amida es un importante centro estratégico, y aunque puede decirse que es independiente en realidad es un estado tributario a Roma. Amida es el último baluarte de una zona siempre en conflicto. Está situada frente a la ciudad-oasis de Hatra, que aunque es una ciudad caravanera independiente siempre ha estado más aliada de los árabes y los persas que de los romanos. Hatra ha sido asediada numerosas veces sin éxito por los romanos. Su sistema defensivo es muy efectivo.
Tras presentarme ante el consejo de la ciudad y ante los capataces me instalé en los arrabales, disponiendo de una pequeña y confortable villa muy cerca de la parte de la muralla que estaba en reconstrucción. Al principio me costó sudor y sangre acostumbrarme al clima del lugar, pero lo más difícil para mí fue tener que lidiar con los brutales capataces y con los mercaderes, siempre al acecho para timar y robar descaradamente si se les daba la oportunidad.
Tras un par de meses de trabajo agotador empezaron los problemas, una de las grandes barcazas se había hundido por la incompetencia de varios esclavos. Y junto con ella uno de los mayores bloques de negro basalto. Al parecer una súbita crecida del río había desestabilizado la barcaza y había volcado pues los esclavos huyeron al crecer las aguas. Los que se encontraban en la barcaza murieron ahogados o simplemente desaparecieron aplastados por la carga. La crecida duró un par de semanas, lo suficiente para que muchos esclavos y algunos capataces enfermasen, una epidemia se extendió entre los trabajadores junto a una plaga de mosquitos. De dos semanas se pasaron a dos meses sin poder trabajar.
Tras este tiempo inactivo decidí viajar al norte, a la cantera de donde procedía el basalto. Por lo menos podría organizar un poco mejor el transporte desde el norte. Organicé una pequeña comitiva con varios esclavos, capataces, unos pocos soldados para amedrentar a los más que posibles salteadores y un guía de la región. El viaje me llevó varios días por un paisaje rocoso, inhóspito y seco, y aunque hacia calor, desde las montañas bajaba un viento helado procedente del Caucaso. Durante el día un agobiante calor, durante la noche un frío insoportable. Cada día que pasaba detestaba más este lugar. ¡Ah, mi adorable Campania, con sus viñedos y villas!
Al aproximarme a la cantera varios soldados se nos acercaron. Su misión era custodiar el lugar. Parecían atemorizados. Me pusieron al corriente, los esclavos habían huido hacía tres noches, intentaron pararlos pero eran demasiados. Habían huido pues decían que un antiguo mal había despertado en el interior de la oscura cantera. Tonterías pensé, supersticiones y excusas. Nada más llegar hice instalar el campamento en la entrada de la cantera. Dormí durante toda la noche tras comer abundantemente. La cena me produjo pesadillas.
Al despertar por la mañana escogí a los hombres que me parecían más capaces y me adentré en la cantera para inspeccionarla con detenimiento. La abertura de la entrada era enorme, nos adentramos en silencio. La enorme caverna excavada por el hombre horadaba una montaña que durante generaciones había estado olvidada, ya que era la misma cantería que se había utilizado cuando se había construido la muralla de Amida, ahora deteriorada por el paso del tiempo y la guerra.
Todos nos adentramos con nuestros candiles y antorchas. El lugar estaba desierto. Podían verse las herramientas de los esclavos y de los capataces desperdigadas por el suelo. En las paredes de la gigantesca caverna los enormes bloques de basalto estaban parcialmente tallados, casi podían extraerse de la pared, aunque faltaba mucho trabajo por hacer. Los bloques se tallaban con herramientas de metal, caras pero útiles. Una vez tallados para poder sacarlos de la pared se introducían vigas de madera entre el bloque y la pared. La madera se humedecía y al hincharse las vigas el bloque se iba separando sin necesidad de seguir esculpiendo. Era un método antiguo y sencillo, pero efectivo. La madera se traía de bosques situados al norte, pues esta parte de Mesopotamia era casi un erial.
Seguimos avanzando, la inspección hasta ahora me era satisfactoria, pero al llegar casi al final un enorme agujero en el suelo llamó la atención de todos. Nos acercamos con cuidado y pudimos ver que parte de la caverna había caído al vació, la abertura era inmensa. De la oscuridad emanaba un ligero vapor caliente, uno de los capataces creo que dijo que era el Hades. Tonterías.
Hice traer unas cuerdas para inspeccionar el fondo de esta nueva galería. Tenía que averiguar si el lugar era seguro o si el suelo volvería a ceder. Para mi lo mas importante era terminar la reconstrucción de la muralla de Amida. Temo más la ira de Cómodo que a las huestes del Hades.
Bajé junto con unos pocos hombres por el abismo. Gracias a las antorchas se pudo apreciar las ciclópeas dimensiones del lugar, apenas podía verse la pared del otro extremo. Al poco llegamos al suelo. Estaba recubierto de rocas y polvo. De entre unas rocas un vapor caliente se escapaba con cierta fuerza. Observando el lugar con detenimiento pude descubrir una pequeña galería en una de las paredes. Me adentré curioso. La galería tenía una longitud considerable, pues tarde unos cuantos minutos en terminar de recorrerla junto a uno de mis hombres. Los otros no siguieron mis órdenes, algo les atemorizaba.
La galería terminaba de súbito en un precipicio que no parecía tener final. Pero un puente de cuerdas y madera lo atravesaba hasta otra abertura. ¿Cómo era posible? ¿Quién había construido un puente aquí, en este lugar olvidado y apartado? No podía creerlo, pero tenía que saber los porqués de esta intriga.
Atravesar el puente no fue difícil, reforzándolo con mis propias cuerdas. No parecía estar en muy mal estado. Mi acompañante no me siguió por mucho que le amenazase. Solo, con una antorcha para iluminar mi lúgubre camino, me adentré en la desconocida galería. Tengo que admitir que la curiosidad es mi mayor virtud y mi mayor defecto.
La galería descendía bruscamente hacia el interior de la montaña. Durante más de una hora caminé hasta que al final alcancé una caverna inmensa, o a mí me lo parecía. Se oía el rumor del agua, debía discurrir por aquí algún río subterráneo aunque no llegué a verlo. Tenía sed y frío, pero no me quedó más remedio que aguantar estas carencias e incomodidades.
Tras caminar un buen trecho llegué a lo que parecía el centro de aquel silencioso lugar. Al vagar sin rumbo no me había percatado, pero estaba situado entre seis enormes bloques de basalto. Cada uno debía medir unos diez metros de alto. Y en su negra superficie pude ver extraños símbolos, marcas pequeñas, como si hubiesen sido marcados con un pequeño punzón. Líneas verticales y horizontales enmarcaban cada símbolo. Parecía un alfabeto o algo parecido, aunque nunca había visto nada parecido. En la parte superior pude vislumbrar dibujos grabados en la piedra, apenas podía verlos pues la luz de la antorcha estaba muy menguada y no tenía nada para alimentarla.
Observar los seis monolitos me llevó un buen rato, por eso tardé en darme cuenta de que estaban situados en círculo. Uno, dos,… hasta el sexto. Pero una enorme marca en el suelo delataba que faltaba un séptimo bloque. ¿Cuál podía ser el cometido de estos bloques? ¿Desde que tiempo inmemorial fueron colocados? ¿Qué hombres colosales pudieron transportarlos al interior de la montaña y colocarlos de esta forma? ¿Por qué faltaba uno de los bloques?
Preguntas sin respuesta. Me calmé pues estaba excitado con lo que tenía delante. Observé mejor los dibujos. Parecían narrar una vieja historia. Al parecer era una guerra. Hombres de piel dorada parecían enfrentarse a seres monstruosos, imagino que daemoni de Asiria y Mesopotamia. Estos lugares son célebres por sus malditos seres demoníacos. Varias batallas, algunas ganadas, otras perdidas, pero el desenlace faltaba,… el séptimo era el último de los monolitos.
Estaba agotado, exhausto, pero sin saber como empecé a leer los símbolos de los monolitos. No fue algo que hiciese voluntariamente, fue algo espontáneo. Los bloques narraban la hazaña de trece hombres que lucharon contra trece dioses. La batalla fue tan cruenta que incluso una estrella cayó del cielo. Con sus pedazos se tallaron siete monolitos. La última batalla se narraba en el bloque perdido, imposible saber su final… Tras leer este mito desconocido por mí el sueño me abatió.
Al despertar noté la brisa en mi cara y el frescor del agua en mis labios. Estaba en el exterior. Uno de mis hombres al ver que no salía del interior de la galería fue en mí busca tras hacer acopio de valor y me trajo al exterior. De eso hacía dos días. Al parecer había quedado tan agotado que parecía muerto. Me levanté e intenté ir a la caverna, tenía que estudiar con detalle los monolitos, pero mi búsqueda fue en vano. Al parecer parte de la caverna había cedido y sellado el abismo.
Tras varios días seguí mi trabajo habitual, mejoré el transporte de los bloques de basalto y me dirigí a Amida, pero sin dejar de darle vueltas al asunto. ¿Cómo podía leer aquellos símbolos? ¿Qué misterio rodeaba a los monolitos? ¿Serían de verdad parte de una estrella caída? ¿Y si el séptimo monolito era uno de los bloques utilizados en la muralla de Amida? Por mi trabajo tenía la oportunidad de buscarlo. No dejaría de hacerlo…
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