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Calendario religioso romano: Quinquatrus minores –del 13 al 15 de junio-

Flautista tocando la tibia

Festival para purificar los tibicines –flautas, aunque más correctamente oboes-, en el templo a Minerva. Estos instrumentos musicales se emplean en ritos muy variados, incluyendo funerales y el ejército.

La denominación de minores
Se llaman quinquatrus minores o minusculae para diferenciarlos del festival del 19 de marzo, también en honor a Minerva; a su vez, todos los idus están dedicados a Júpiter Invicto.

Minerva y la invención de la flauta
Según el mito, escrito por Ovidio pero narrado por la propia Minerva, en sus Fasti, VI 695-700, fue la diosa quien inventó la flauta, aunque después la rechazase por indecorosa: “En marzo cae un festival mío con ese nombre –quinquatrus- y el gremio de los flautistas corresponde también a mis inventos. Fui la primera en lograr que una larga flauta diese notas perforando una caja de boj con unos cuentos agujeros. La melodía me gustó; pero en las aguas cristalinas que reflejaban mi cara vi que mis mejillas de doncella se hincharon. «La música me importa un comino; vete a paseo, flauta mía», dije; el césped de la ribera la recogió en cuanto la hubo tirado. Un sátiro –Marsias- la encontró y primero la miró sorprendido, sin saber su empleo; pero en cuanto la sopló se dio cuenta de que emitía notas, y ora soltaba, ora encerraba el aire con los dedos, y ya se mostraba orgulloso de su arte entre las ninfas.”

La extravagante procesión
Los flautistas, antes de congregarse ante el templo de la diosa, se atavían con largos vestidos femeninos y máscaras, algunas también femeninas. Profieren palabras soeces y socarronas, sin dejar de tocar su música.
El origen de este festival y la razón de estas curiosidades de atrezzo comienzan cuando los censores Apio Claudio y Cayo Plautio prohibieron a los flautistas asistir a los banquetes oficiados en honor a Júpiter, entre otras limitaciones y prohibiciones. Los flautistas abandonaron Roma por la ciudad de Tíbur, en el Lacio. Al verse privados de estos músicos, tan necesarios en numerosos ritos, tramaron una estrategia para que regresasen a la ciudad del Tíber.
Ovidio (Livio y Plutarco con algunas variaciones) lo narra en sus Fasti, VI 650-695: “¿Por qué recorre el flautista toda la ciudad de cabo a rabo? ¿Qué significado tienen las máscaras? ¿Qué significado tienen las largas estolas? Esto es lo que yo decía. Así me contestó la diosa, dejando la lanza: «En tiempos de nuestros abuelos los flautistas eran muy necesarios y se les tenía en gran estima. La flauta sonaba en los santuarios, sonaba en los festivales, sonaba la flauta en los tristes funerales; era un trabajo dulce y recompensado. Sobrevino un tiempo en que de repente se debilitó el papel del agradable arte… Además, el edil había ordenado que fuesen sólo diez los músicos que estuvieran en la comitiva del enterramiento. Cambiaron la ciudad por el destierro y se fueron a Tíbur. Se buscó la cóncava flauta para el teatro, se buscó para los altares. Ninguna canción fúnebre acompañó al féretro. En Tíbur había sido esclavo un individuo merecedor de cualquier alcurnia, pero hacía tiempo que era libre. Dio un banquete este individuo en el campo de su propiedad e invitó al grupo musical; éste acudió al festivo banquete. Era de noche, y ojos y espíritus flotaban en el vino, cuando llegó un recadero con la lección bien aprendida, y habló de este modo: «¿A qué esperas para interrumpir el banquete?, pues he aquí que llega el autor de la vindicta –ceremonia de la manumisión-». Sin pérdida de tiempo los invitados levantan su cuerpo vacilante por el fuerte vino. Las piernas unas veces se tenían y otras veces se doblaban. Pero el dueño dijo: «Iros», y subió en su carreta a los que se retrasaban; en la carreta había una canasta de juncos ancha. La hora, el traqueteo y el vino producían sueño, y el grupo embriago, creía que volvía a Tíbur. Y ya habían entrado por las Esquilias en la ciudad de Roma; y por la mañana las carretas estaban en el medio del foro. Para poder engañar al senado en lo que al aspecto y número hacía, ordenó Plautio –censor en el 312 a. C.- que se cubrieran la cara con máscaras y que se ataviasen con largos vestidos al objeto de que mujeres flautistas pudiesen engrosar el grupo. Entendía que así podía ocultar de buena manera a los repatriados: no fuera a ser que se notase que habían vuelto contraviniendo las órdenes de su colega. El ardid fue bien acogido, y ahora se permite usar el nuevo atavío en los idus y cantar palabras jocosas a ritmo antiguo.”

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