Festival
realizado para aplacar a los espíritus lemures,
expulsarlos del hogar paterno y apaciguarlos para que no actúen contra los
habitantes de la casa. Durante los tres días de las lemurias se cree que estos
fantasmas vagan libres por el mundo de los vivos, lo que puede ocasionar graves
problemas.
Siendo
días nefastos, los templos permanecen cerrados y se desaconseja realizar
ciertos actos considerados jubilosos, como casarse -la creencia es que los que se casan en mayo mueren jóvenes, tal y como reza el proverbio: mense Maio malae nubent-.
Los lemures
Existe
controversia sobre qué tipo de espíritus son. Confundidos con los malignos
espectros –que toman el nombre de larvae-,
o un tipo negativo de mane –espíritu
familiar benéfico-. Los lemures son espíritus errantes, de aquellos fallecidos
antes de tiempo u olvidados, sin sepultura adecuada ni ritos fúnebres
familiares merecidos. Sin ser malignos en esencia, sí están molestos por no estar
atendidos o ser recordados por los vivos, lo que a menudo provoca su ira.
Asociados a la oscuridad, asemejan sombras vengativas, furiosas, molestas.
La
creencia en estos seres es arcaica, rural y, en cierta medida, más
supersticiosa y mágica que religiosa.
La instauración del festival
según la tradición
Tras
el triste “incidente” entre Rómulo y Remo, narra Ovidio y la tradición romana,
que el difunto hermano del fundador de Roma se quejaba, iracundo, de su muerte,
exigiendo o bien rogando a su hermano, que consagrase ese día en su honor. Y
así hizo Rómulo, instituyendo las llamadas Remurias. Nombre primitivo y áspero
que el tiempo suavizó en Lemuria, adquiriendo de esa denominación los espíritus
de los “difuntos silenciosos”.
Difícil
es determinar el (verdadero) origen de las Lemurias, aunque se considera de tal
antigüedad que se remonta al más primitivo asentamiento de las gentes que
habitaban lo que sería Roma.
El rito, un verdadero
exorcismo
El
solemne acto se realiza durante la noche, en silencio, oficiado por el paterfamilias. Descalzo, purificado en una fuente cercana (tres veces lava sus manos), entra en
el hogar, y haciendo el obsceno signo de la higa –fica, en latín; signo
apotropaico contra el mal en general, y el mal de ojo en particular-, va arrojando habas negras a sus espaldas, sin
girar la vista, como “alimento” para los difuntos. Les llama la atención
diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Nueve
veces realiza esta acción mientras recorre la casa. Finalmente vuelve a
lavarse, y golpeando unos bronces dice nueve veces: “Salid, manes de mis
antepasados”.
Ovidio,
en sus Fasti V (430-445), nos lo narra de la siguiente forma:
“[…] Cuando está mediada la
noche y brinda silencio al sueño, y han callado los perros y los diferentes
pájaros, el oferente, que se acuerda del antiguo rito y es reverencioso con los
dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y hace una señal con el
dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en su licencio no le salgo
al encuentro una sombra ligera. Y cuando ha lavado sus manos puras con agua de
una fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras, y las arroja de
espaldas; pero al arrojarlas dice: «Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo
yo y los míos». Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista; se estima que la
sombra las recoge y está a nuestras espaldas sin que la vean. De nuevo toca el
agua y hace sonar bronces de Témesa y ruega que salga la sombra de su casa, al
haber dicho nueve veces: «Salid, manes de mis padres»; vuelve la vista y entiende
que ha realizado el ceremonial con pureza. […]”
Las
frases proferidas por el paterfamilias pueden diferir un poco –por ejemplo,
“Manes de mis antepasados, ¡marchaos!”, o, “Manes paternos, id en paz”-, aunque
siempre exigiendo lo mismo: que los lemures
abandonen el hogar y no molesten a los vivos.
A
su vez, existe cierta variación en algunos detalles, según sea costumbre del
paterfamilias. Algunos, por ejemplo, chasquean los dedos, sin dejar de realizar
el signo de la higa. Otros, se introducen las habas en la boca antes de
arrojarlas tras de sí.
El signo de la higa |
¿Por qué habas negras?
Los
romanos las asocian al Inframundo y a los difuntos, consideradas impuras por
pitagóricos y órficos, los cuales tienen prohibido consumirlas. Existe la
creencia popular de que las habas, bajo algunas peculiares circunstancias, brotan
de la sangre de los vivos, o que incluso contienen las almas de los muertos.
Para los antiguos etruscos eran “puertas” al mundo subterráneo. El color negro
se asocia al mundo de los muertos, a los dioses del Hades, haciendo de estas
habas el alimento perfecto para ser “sacrificado” a los muertos. Algunos
aseguran que en las hojas de sus flores se puede leer la palabra “muerte”.
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