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Calendario religioso romano: dies natalis del templo a Júpiter Óptimo Máximo -13 de septiembre-

Templo de Júpiter Óptimo Máximo y Área Capitolina
Aniversario conmemorativo de la inauguración del templo fundado en honor a Júpiter Óptimo Máximo en el Capitolio.

Un poco de historia: la Roma de los reyes
La colina capitolina es desde sus inicios un lugar sagrado, cuajado de diversos altares y santuarios dedicados a dioses muy diversos, como Término o Juventas, aunque, según la tradición, era territorio de los sabinos del rey Tito Tacio.
Fue el rey Tarquinio Prisco el que prometió el templo tras la guerra con los sabinos, comenzando su construcción, nivelando gran parte del Capitolio –denominado también en tiempos arcaicos mons tarpeius-. La idea principal era dotar a Roma de un magnífico templo digno de ella, con la clara intención de rivalizar con los grandes templos de otras ciudades del Lacio o Etruria; la postrera intención era poseer una alternativa a los santuarios religiosos de la Liga Latina.
Tito Livio nos narra los hechos en su Ad Urbe Condita: […] “para liberar la zona de los demás cultos y dedicarla exclusivamente a Júpiter y al templo que se le iba a erigir, decidió desacralizar algunos santuarios y capillas que el rey sabino Tacio había primero prometido, en el momento crucial de su lucha contra Rómulo, y más tarde consagrado e inaugurado en aquel enclave. Al comenzar a construir el edificio en cuestión, se dice que los dioses emitieron una señal de su voluntad para significar la grandeza del imperio; en efecto, las aves consintieron la desacralización de todas las capillas, pero no fueron favorables en la del lugar sagrado de Término. Este presagio y augurio fue interpretado en el sentido de que el no cambiar Término de sitio y el ser el único dios que no podía ser desplazado de su recinto consagrado, vaticinaba la firmeza y la estabilidad del Estado. A este presagio de durabilidad siguió otro prodigio que anunciaba la grandeza del imperio: al excavar los cimientos del templo apareció, según dicen, una cabeza humana con los rasgos intactos. Esta aparición presagiaba con toda claridad que aquél iba a ser el epicentro del imperio y la capital del mundo; así lo vaticinaron los adivinos, tanto los de la ciudad como los que se hizo venir de Etruria para estudiar aquel hecho.”

Alentadores presagios auguraban un gran destino a la pequeña pero pujante ciudad de Roma. Sin embargo, sería Tarquinio el Soberbio el que dedicase más recursos en la edificación del templo. Irónicamente, este rey, el último de ellos en Roma, no pudo dedicar el templo al ser expulsado de la ciudad.

Nace la República (509 a. C.)
Tras la expulsión del último rey, y tras diversos avatares políticos y militares, son elegidos cónsules Valerio Publícola y Horacio Pulvilo. Se trata del primer año de la república y el Senado desea inaugurar el gran templo al dios nacional romano por excelencia, Júpiter.
La rivalidad entre los cónsules es manifiesta, por lo que se echa a suerte cual de ellos tendrá el gran honor de inaugurar el templo y pasar a los anales de la historia como protagonista de tal hecho.
Nuevamente, Tito Livio en su Ad Urbe Condita II (8) nos lo narra, incluyendo una curiosa anécdota muy propia de las élites romanas, su estoicismo proverbial y su lealtad al Estado: “No había sido aún dedicado el templo de Júpiter en el Capitolio; los cónsules Valerio y Horacio echaron a suerte cuál de los dos lo dedicaba. La suerte se inclinó por Horacio; Publícola partió para la guerra contra Veyes. Los amigos de Valerio tomaron a mal más de lo debido el que la dedicación de un templo tan famoso se le encomendase a Horacio. Trataron de impedirlo por todos los medios y, después de haber fracasado todas las demás tentativas, cuando ya tenía el cónsul la mano puesta sobre la jamba de la puerta y estaba invocando a los dioses, lanzan una noticia siniestra: su hijo ha muerto, y con la familia de luto por una muerte no puede dedicar el templo. Sobre si es que no creyó la noticia o es que su entereza de ánimo fue muy grande, la tradición no es segura ni las conjeturas son fáciles; pero, ante tal noticia, sólo interrumpió lo que estaba haciendo para ordenar que se enterrase el cadáver y, sin soltar la puerta, termina la invocación y dedica el templo.”

Se trataba del 13 de septiembre del 509 a. C., dies natalis de este templo tan significativo e importante para Roma.

Aedes Iovis Optimo Maximo Capitolini
El templo posee tres cellae, en las que descansan las respectivas estatuas de los dioses a los que el templo está dedicado: Júpiter –situado en el centro-, su esposa Juno –a la izquierda- y su hija Minerva –a la derecha-. Los tres constituyen la Triada Capitolina, máximo exponente nacional romano.
La estatua de Júpiter fue elaborada por el etrusco Vulca de Veyes. La figura está ataviada con una túnica decorada con hojas de palma –tunica palmata- y Victorias, así como una toga púrpura con filigrana de oro, similar a la que emplean los generales romanos en sus triunfos. Agarra con firmeza un rayo dorado en su mano derecha. En los días consagrados a Júpiter y sus festivales se pinta su rostro de rojo con minio –pigmento rojizo-.
El mismo Vulca había dispuesto en la acrótera del templo –la parte superior del frontispicio- una cuadriga de terracota gobernada por Júpiter. En el 296 a. C. esta cuadriga fue sustituida por una de bronce; Tito Livio nos lo narra con mayor detalle: […] los ediles curules Gneo y Quinto Ogulnio presentaron demanda contra algunos usureros; se les impusieron multas sobre sus bienes, y con el producto de lo confiscado colocaron puertas de bronce en el Capitolio, y los vasos de plata de las tres mesas en el santuario de Júpiter, y un Júpiter en cuadriga en el pináculo.”

En el techo se había dispuesto una estatua de Summanus, pero fue destruida por un rayo en el 275 a. C. por un rayo; para ser más concreto, el rayo decapitó la estatua.
En el 193 a. C. los ediles M. Emilio Lépido y L. Aemilio Paulo decoraron el frontón con escudos dorados; todo gracias a las multas obtenidas por los arriendos fraudulentos de los pastos públicos.
El templo está situado en un lugar que recibe el nombre de area Capitolina. Frente al mismo se halla un gran altar, el ara Iovis –aunque en su interior cada divinidad posee el suyo-. Este altar es utilizado en las más solemnes ocasiones, como los sacrificios de inicio del año o la celebración de los triunfos.
Tal es la cantidad de donaciones y regalos que a lo largo del tiempo ha recibido este templo que las autoridades no han tenido más remedio que trasladar parte de las estatuas, las enseñas militares asociadas a los triunfos y escudos dorados a otros templos. Se recuerdan donaciones tan tempranas como la corona dorada ofrecida por los latinos en el 459 a. C. El pontífice máximo M. Emilio Lépido fue el encargado del traslado de ofrendas en el 179 a. C.
El 6 de julio del 83 a. C. un trágico incendió destruyó el templo original y la estatua de Júpiter elaborada por Vulca. Se quemaron los Libros Sibilinos guardados en un cofre de piedra, aunque gran parte del tesoro pudo salvarse, siendo trasladado a Praeneste por un joven Cayo Mario, el que sería uno de los grandes militares romanos. Sería Sila, el gran rival de Mario, el que reconstruyese el templo; sin embargo, la mayor parte de la obra estuvo a cargo de Q. Lutacio Catulo, asignado por el Senado.
El templo de Lutacio respetaba el original, aunque había ampliado su altura y tamaño, rompiendo con el tamaño de la escalinata y las proporciones del area Capitolina; además, no tenía en cuenta un elemento importante e invisible del templo, su favisae, sus sótanos –que presumiblemente había escapado de las iras del incendio-. Este subterráneo está compuesto de diversos pasajes conectados con las cellae y los almacenes que guardan multitud de antiguas estatuas y donaciones públicas y privadas. Por ello, favisae puede emplearse como sinónimo de “tesoro del templo”, sin ser un término exclusivo de este mismo templo.
La nueva estatua de Júpiter, idéntica en arte a la original, estaba elaborada en oro y marfil –criselefantina-.
El templo a lo largo de su historia ha sido alcanzado por multitud de rayos, recibiendo daño diverso. Bien puede verse el interés de Júpiter en su propio templo. Augusto lo reforma en el 26 a. C.
En el 69 d. C. durante la guerra de los cuatro emperadores fue objeto de saqueo y destrucción por parte de los partidarios de Vitelio. Toda una infamia, pues el templo no disponía de guarnición alguna, siendo un gran sacrilegio. Vespasiano, tras la guerra, lo restauró, respetando el original, aunque ampliando su altura y disponiendo de forma diferente algunas estatuas y otras decoraciones.
En el 80 d. C. sufrió daños severos, siendo restaurado por Domiciano. Ya siendo costumbre, respetó el original pero amplió su tamaño y magnificencia: puertas doradas, cuatro columnas de bronce, tejas de oro en el techo, la escalinata decorada con bajorrelieves…

Símbolo del poder romano
Este templo a Júpiter es símbolo inequívoco del poder estatal romano. No se trata de un templo más. Aquí se custodian no pocos botines de guerra, lo que incluye sus ganancias para la construcción y decoración del templo. Es el destino de las procesiones triunfales, un ritual de gran importancia, tanto en el aspecto militar como religioso y ciudadano. Es archivo de multitud de documentos públicos y lugar de reunión del senado, incluyendo los Libros Sibilinos recopilados por orden de Augusto. Este sagrado lugar es símbolo de Roma y su supremacía en el mundo antiguo.

Capitolio y foros

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