Templo de Júpiter Óptimo Máximo y Área Capitolina |
Aniversario conmemorativo de la inauguración del
templo fundado en honor a Júpiter Óptimo
Máximo en el Capitolio.
Un poco de
historia: la Roma de los reyes
La colina capitolina es desde sus inicios un lugar
sagrado, cuajado de diversos altares y santuarios dedicados a dioses muy diversos,
como Término o Juventas, aunque, según la tradición, era territorio de los
sabinos del rey Tito Tacio.
Fue el rey Tarquinio Prisco el que prometió el
templo tras la guerra con los sabinos, comenzando su construcción, nivelando
gran parte del Capitolio –denominado también en tiempos arcaicos mons tarpeius-. La idea principal era
dotar a Roma de un magnífico templo digno de ella, con la clara intención de
rivalizar con los grandes templos de otras ciudades del Lacio o Etruria; la
postrera intención era poseer una alternativa a los santuarios religiosos de la
Liga Latina.
Tito Livio nos narra los hechos en su Ad
Urbe Condita: […] “para liberar
la zona de los demás cultos y dedicarla exclusivamente a Júpiter y al templo
que se le iba a erigir, decidió desacralizar algunos santuarios y capillas que
el rey sabino Tacio había primero prometido, en el momento crucial de su lucha
contra Rómulo, y más tarde consagrado e inaugurado en aquel enclave. Al
comenzar a construir el edificio en cuestión, se dice que los dioses emitieron
una señal de su voluntad para significar la grandeza del imperio; en efecto,
las aves consintieron la desacralización de todas las capillas, pero no fueron
favorables en la del lugar sagrado de Término. Este presagio y augurio fue
interpretado en el sentido de que el no cambiar Término de sitio y el ser el
único dios que no podía ser desplazado de su recinto consagrado, vaticinaba la
firmeza y la estabilidad del Estado. A este presagio de durabilidad siguió otro
prodigio que anunciaba la grandeza del imperio: al excavar los cimientos del
templo apareció, según dicen, una cabeza humana con los rasgos intactos. Esta aparición
presagiaba con toda claridad que aquél iba a ser el epicentro del imperio y la
capital del mundo; así lo vaticinaron los adivinos, tanto los de la ciudad como
los que se hizo venir de Etruria para estudiar aquel hecho.”
Alentadores presagios auguraban un gran destino a
la pequeña pero pujante ciudad de Roma. Sin embargo, sería Tarquinio el
Soberbio el que dedicase más recursos en la edificación del templo.
Irónicamente, este rey, el último de ellos en Roma, no pudo dedicar el templo
al ser expulsado de la ciudad.
Nace la
República (509 a .
C.)
Tras la expulsión del último rey, y tras diversos
avatares políticos y militares, son elegidos cónsules Valerio Publícola y
Horacio Pulvilo. Se trata del primer año de la república y el Senado desea
inaugurar el gran templo al dios nacional romano por excelencia, Júpiter.
La rivalidad entre los cónsules es manifiesta, por
lo que se echa a suerte cual de ellos tendrá el gran honor de inaugurar el
templo y pasar a los anales de la historia como protagonista de tal hecho.
Nuevamente, Tito Livio en su Ad Urbe Condita II (8)
nos lo narra, incluyendo una curiosa anécdota muy propia de las élites romanas,
su estoicismo proverbial y su lealtad al Estado: “No había sido aún dedicado el templo de Júpiter en el Capitolio; los
cónsules Valerio y Horacio echaron a suerte cuál de los dos lo dedicaba. La
suerte se inclinó por Horacio; Publícola partió para la guerra contra Veyes.
Los amigos de Valerio tomaron a mal más de lo debido el que la dedicación de un
templo tan famoso se le encomendase a Horacio. Trataron de impedirlo por todos
los medios y, después de haber fracasado todas las demás tentativas, cuando ya
tenía el cónsul la mano puesta sobre la jamba de la puerta y estaba invocando a
los dioses, lanzan una noticia siniestra: su hijo ha muerto, y con la familia
de luto por una muerte no puede dedicar el templo. Sobre si es que no creyó la
noticia o es que su entereza de ánimo fue muy grande, la tradición no es segura
ni las conjeturas son fáciles; pero, ante tal noticia, sólo interrumpió lo que
estaba haciendo para ordenar que se enterrase el cadáver y, sin soltar la
puerta, termina la invocación y dedica el templo.”
Se trataba del 13 de septiembre del 509 a . C., dies natalis de este templo tan
significativo e importante para Roma.
Aedes Iovis
Optimo Maximo Capitolini
El templo posee tres cellae, en las que descansan las respectivas estatuas de los dioses
a los que el templo está dedicado: Júpiter –situado en el centro-, su esposa
Juno –a la izquierda- y su hija Minerva –a la derecha-. Los tres constituyen la
Triada Capitolina, máximo exponente nacional romano.
La estatua de Júpiter fue elaborada por el etrusco
Vulca de Veyes. La figura está ataviada con una túnica decorada con hojas de
palma –tunica palmata- y Victorias, así
como una toga púrpura con filigrana de oro, similar a la que emplean los
generales romanos en sus triunfos. Agarra con firmeza un rayo dorado en su mano
derecha. En los días consagrados a Júpiter y sus festivales se pinta su rostro
de rojo con minio –pigmento rojizo-.
El mismo Vulca había dispuesto en la acrótera del
templo –la parte superior del frontispicio- una cuadriga de terracota gobernada
por Júpiter. En el 296 a .
C. esta cuadriga fue sustituida por una de bronce; Tito Livio nos lo narra con
mayor detalle: […] los ediles curules
Gneo y Quinto Ogulnio presentaron demanda contra algunos usureros; se les
impusieron multas sobre sus bienes, y con el producto de lo confiscado
colocaron puertas de bronce en el Capitolio, y los vasos de plata de las tres mesas
en el santuario de Júpiter, y un Júpiter en cuadriga en el pináculo.”
En el techo se había dispuesto una estatua de
Summanus, pero fue destruida por un rayo en el 275 a . C. por un rayo; para
ser más concreto, el rayo decapitó la estatua.
En el 193
a . C. los ediles M. Emilio Lépido y L. Aemilio Paulo
decoraron el frontón con escudos dorados; todo gracias a las multas obtenidas
por los arriendos fraudulentos de los pastos públicos.
El templo está situado en un lugar que recibe el
nombre de area Capitolina. Frente al
mismo se halla un gran altar, el ara
Iovis –aunque en su interior cada divinidad posee el suyo-. Este altar es
utilizado en las más solemnes ocasiones, como los sacrificios de inicio del año
o la celebración de los triunfos.
Tal es la cantidad de donaciones y regalos que a lo
largo del tiempo ha recibido este templo que las autoridades no han tenido más
remedio que trasladar parte de las estatuas, las enseñas militares asociadas a
los triunfos y escudos dorados a otros templos. Se recuerdan donaciones tan
tempranas como la corona dorada ofrecida por los latinos en el 459 a . C. El pontífice máximo
M. Emilio Lépido fue el encargado del traslado de ofrendas en el 179 a . C.
El 6 de julio del 83 a . C. un trágico incendió
destruyó el templo original y la estatua de Júpiter elaborada por Vulca. Se
quemaron los Libros Sibilinos guardados en un cofre de piedra, aunque gran
parte del tesoro pudo salvarse, siendo trasladado a Praeneste por un joven Cayo
Mario, el que sería uno de los grandes militares romanos. Sería Sila, el gran
rival de Mario, el que reconstruyese el templo; sin embargo, la mayor parte de
la obra estuvo a cargo de Q. Lutacio Catulo, asignado por el Senado.
El templo de Lutacio respetaba el original, aunque
había ampliado su altura y tamaño, rompiendo con el tamaño de la escalinata y
las proporciones del area Capitolina;
además, no tenía en cuenta un elemento importante e invisible del templo, su favisae, sus sótanos –que
presumiblemente había escapado de las iras del incendio-. Este subterráneo está
compuesto de diversos pasajes conectados con las cellae y los almacenes que guardan multitud de antiguas estatuas y
donaciones públicas y privadas. Por ello, favisae
puede emplearse como sinónimo de “tesoro del templo”, sin ser un término exclusivo
de este mismo templo.
La nueva estatua de Júpiter, idéntica en arte a la
original, estaba elaborada en oro y marfil –criselefantina-.
El templo a lo largo de su historia ha sido
alcanzado por multitud de rayos, recibiendo daño diverso. Bien puede verse el
interés de Júpiter en su propio templo. Augusto lo reforma en el 26 a . C.
En el 69 d. C. durante la guerra de los cuatro
emperadores fue objeto de saqueo y destrucción por parte de los partidarios de
Vitelio. Toda una infamia, pues el templo no disponía de guarnición alguna,
siendo un gran sacrilegio. Vespasiano, tras la guerra, lo restauró, respetando
el original, aunque ampliando su altura y disponiendo de forma diferente
algunas estatuas y otras decoraciones.
En el 80 d. C. sufrió daños severos, siendo
restaurado por Domiciano. Ya siendo costumbre, respetó el original pero amplió
su tamaño y magnificencia: puertas doradas, cuatro columnas de bronce, tejas de
oro en el techo, la escalinata decorada con bajorrelieves…
Símbolo del
poder romano
Este templo a Júpiter es símbolo inequívoco del
poder estatal romano. No se trata de un templo más. Aquí se custodian no pocos
botines de guerra, lo que incluye sus ganancias para la construcción y
decoración del templo. Es el destino de las procesiones triunfales, un ritual
de gran importancia, tanto en el aspecto militar como religioso y ciudadano. Es
archivo de multitud de documentos públicos y lugar de reunión del senado,
incluyendo los Libros Sibilinos recopilados por orden de Augusto. Este sagrado
lugar es símbolo de Roma y su supremacía en el mundo antiguo.
Capitolio y foros |
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